El País – Por Mauricio Vicent. Rosita Fornés era considerada la gran vedette de Cuba. Y en México, donde fue famosa en la década de los cuarenta y filmó numerosas películas, la llamaron “la mejor vedette de América”. Hija de padres españoles residentes en La Habana, nació en febrero de 1923 en Nueva York, pero fue pura casualidad. Rosalía Palet Bonavia -ese era su nombre real- empezó su carrera artística en la isla muy joven y llegó a convertirse en una de las figuras más presentes y queridas de la escena cubana, sin ser dueña de una gran voz ni tampoco una gran actriz. Su fallecimiento, en la ciudad de Miami, a los 97 años, copó el miércoles la portada digital del diario Granma, que se despidió de ella como “la Rosa de Cuba”.
Sus primeros pasos en el escenario, después de ganar un concurso de canción a los 15 años, los dio en el Teatro Principal de la Comedia, donde debutó en 1940 con la opereta El asombro de Damasco. Allí conocería al gran músico Ernesto Lecuona, que la invitó a formar parte de su compañía lírica y con quien intervendría en obras como La del manojo de rosas o en Los gavilanes. Con Lecuona debutó en la zarzuela Cecilia Valdés en el Teatro Auditórium, e interpretó muchas veces sus temas antológicos, desde Siboney a Siempre en mi corazón.
A partir de entonces, la Fornés sería solicitada por los principales productores musicales y de la escena cubana y encadenaría zarzuelas, comedias ligeras y dramas en una carrera imparable dentro de su país, donde estrenó operetas como Luisa Fernanda y protagonizó títulos como La verbena de la Paloma, La viuda alegre, Doña Francisquita o Las Leandras, actuando en grandes teatros habaneros, como el Campoamor o el Martí.
Nunca dejó de cultivar la revista musical, el cabaret y la radio, tampoco el cine y la televisión, que la hicieron muy popular en la década del cuarenta en Cuba y en América, donde actuó con los famosos actores y actrices de la época, incluidos Hugo del Carril, Luis Sandrini, Libertad Lamarque, y también Rita Montaner, Bola de Nieve, Benny Moré, Esther Borja, Lecuona o Armando Romeu.
Ya había rodado dos películas en Cuba cuando a los 22 años marchó a México, se casó con el actor mexicano Manuel Medel y se hizo famosa. Su primer filme allí fue El deseo, de Chano Urueta, en 1945, y después vinieron Se acabaron las mujeres (1946), La carne manda (1947), Cara sucia (1948), Mujeres de teatro (1951) y Del can can al mambo (1951), época en que la Fornés fue proclamada “Primera Vedette de México” y después “Mejor Vedette de América”.
Durante este tiempo se presentó también en Estados Unidos y en Cuba, adonde, después de divorciarse, regresó en 1952 creando su propia compañía de operetas, con la que debutó en el Teatro Martí. Desde entonces no pararía de protagonizar zarzuelas y revistas, además de estrenar en el cabaret Tropicana Las Viudas Alegres, un show inspirado en operetas. En este tiempo siguió colaborando con el cine mexicano -Piel canela (1953), Tin Tan en La Habana (1953), Me gustan todas (1954) y No me olvides nunca (1956)-, y se hizo fuerte en espacios radiales y televisivos de gran audiencia – como El Casino de la Alegría, Jueves de Partagás y Cita con Rosita- que la hicieron muy popular.
En España aterrizó a finales de los años cincuenta. Debutó en el Teatro Cómico de Barcelona con la revista Linda Misterio, con música de Augusto Algueró. Posteriormente, en Madrid, protagonizó la comedia musical Los siete pecados capitales, de Algueró y Montorio, actuando también en el Teatro Calderón (Pan, amor y la Gran Vida, y Siete novias para mí solo) y en el Alcázar (Tócame Roque). El triunfo de la revolución de Fidel Castro le cogió en España, pero en febrero de 1959 decidió regresar a su país pese a tener un contrato por varios años. En Cuba siguió actuando hasta hace una década, participando en películas de directores como Juan Carlos Tabío (Se permuta y Plaff) y de Orlando Rojas (Las noches de Constantinopla y Papeles Secundarios). Su última aparición en el cine fue en el filme Mejilla con mejilla, de Delso Aquino, en 2011.
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