En una ocasión anterior se abordó en este espacio lo referente al rasco común que comparten los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba: la existencia de un sistemático aparato de persecución, encarcelamiento y tortura siempre dispuesto a enfilar contra la disidencia. Así estos tres países se asoman como ejemplos perfectos de cómo la figura del preso político puede transformarse en el pan nuestro de cada día, sin que nada pase.
Quizá el correlato de esos encarcelamientos es, también, el hecho de que el eje de los regímenes Caracas-La Habana-Managua ha promovido en los últimos años la migración masiva de sus poblaciones, especialmente rumbo al país que se supone que dentro de la región puede garantizar condiciones mínimas de vida decente y, sobre todo, restituir la libertad perdida dentro de sus naciones de origen: Estados Unidos de América.
De esta forma las tiranías de Maduro, Díaz-Canel y Ortega se han convertido, a su modo, en grandes fábricas de migrantes que llegan desesperadamente a Norteamérica, huyendo de todo el paquete que trae aparejado el comunismo consigo: miseria, represión y, sobre todo, grandes dosis de desesperanza.
Las cifras son elocuentes. A finales de octubre de 2022 la patrulla fronteriza de los Estados Unidos señaló que, en términos generales, habían sido detenidas cerca de dos millones de personas intentando ingresar ilegalmente por la frontera sur del país.
Ortega, y perded toda esperanza…
Daniel Ortega ha construido un modelo político en Nicaragua que cada vez más tiende hacia la configuración de un sistema de partido único, en el que las formaciones opositoras verdaderamente relevantes no aparecen por ninguna parte. Después de unas elecciones presidenciales en las que el tirano nicaragüense apresó y exilió a todos sus virtuales oponentes, el país centroamericano ha caminado en línea recta hacia lo que Dante señaló que estaba inscrito en la entrada del infierno: “Perded toda esperanza, vosotros los que entráis aquí”.
Pero verdaderamente la ruta hacia la desesperanza en este caso tiene una cola más larga. Luego de que el dictador logró apagar las protestas de calle de 2018 y se asentó en el poder, los dados estaban echados. Desde entonces la represión en Nicaragua solo ha escalado, al punto de que el año que acaba de concluir ha sido uno en el que el demonio mismo, personificado en Ortega, se ha encargado de no dejar quieta ni por un minuto a la Iglesia Católica, cerrando sus asociaciones afines e incluso llevando al exilio y a la cárcel a sacerdotes y religiosas que mantienen una posición crítica frente a lo que ocurre.
Esto, como es lógico, solo ha llevado al desaliento generalizado de la población en un país que ha visto en la emigración masiva un bálsamo frente a tanto mal. Mejor huir que esperar a que el próximo número de la represión te toque a ti, pensarán muchos. Así, se estima que para noviembre de 2022 cerca de 180.000 nicaragüenses habían abandonado su patria, con destino a los Estados Unidos.
Aunque Nicaragua nunca ha sido un país rico -más bien tiene una tradición de pobreza, dada la precariedad de su economía y la mala suerte con la que ha corrido en cuanto a gobernantes-, un éxodo de tales dimensiones es absolutamente poco usual para esta nación. De hecho, se calcula que la migración de 2022 a los EEUU es 60 veces superior a la que se dio en los 2 años previos juntos.
Maduro, y una migración similar a la que producen las guerras
A esta altura del partido Venezuela se ha convertido en un caso de estudio a nivel mundial. Eso a propósito de determinar cómo país colmado por la riqueza petrolera, y que alguna vez fue una especie de modelo democrático para la región, puede llegar a una debacle tal en la que, en un determinado momento, fotografías de sus ciudades daban cuenta de personas comiendo de la basura o haciendo largas filas durante horas para comprar algunos rollos de papel higiénico. La explicación corta del por qué de tal desgracia es evidente: llegó el chavismo a destruirlo todo. Una nefasta tarea que, por cierto, no ha terminado, pues siempre se puede destruir más y mejor.
Ahora bien, si se quiere particularizar en torno a una de las caras de esa desgracia ambulante en la que se ha convertido este país ubicado al norte del sur de América, sin duda hay que hablar de la cantidad de migrantes que ha producido en la última hora, la de Nicolás Maduro al frente de la revolución bolivariana. En líneas generales, Venezuela tiene al cierre de 2022 la migración más grande que país alguno de América ha producido en los últimos años, estimándose que más de 7 millones de personas han abandonado la nación caribeña desde la agudización de la crisis.
El tamaño de este éxodo se asemeja, por cierto, al número de migrantes que han producido la crisis en Siria (una guerra larga que se perpetua ya por más de 10 años) y el conflicto que a inicios del año pasado se desató luego de que Putin decidiese intervenir en Ucrania. Eso sin que en Venezuela esté declarado ningún conflicto bélico; al menos no abiertamente.
Pero en lo que respecta a Estados Unidos, este se ha convertido en uno de los destinos preferentes de estos migrantes. De enero a octubre de 2022, se cuentan en torno a 150.000 los venezolanos que intentaron entrar al país norteamericano. Vale recordar que la mayoría de los venezolanos que llegan irregularmente a EEUU lo hacen atravesando el Darién, una intrincada selva centroamericana que nada tiene que envidiarle en peligros al mar infestado de tiburones que los cubanos han sorteado por años para intentar alcanzar las costas de Florida.
El castrismo, 64 años fabricando emigrantes
Si hay un país -o mejor dicho, un régimen- que puede dar cátedras de cómo expeler a oleadas enteras de su población hacia el exilio, es la Cuba dominada por el castrismo. Una función continuada de horror que acaba de arribar a 64 años de existencia.
Sin embargo, durante 2022 la cosa ha ido a peor. Diversos reportes indican que durante el año que acaba de culminar la isla ha tenido su mayor migración en décadas hacia los Estados Unidos. Así, cerca de 270.000 personas habrían abandonado el país hasta noviembre para posteriormente arribar a Norteamérica. De este modo cerca del 2% de la población total habría abandonado Cuba en el año que recién culmina, dejando sobre la mesa un proceso migratorio inédito: supera a la crisis de los balseros de los años noventa y a la del Mariel, durante la década de los ochenta.
El por qué de esta huída desesperada es claro: desde que afloraron las protestas a mediados de 2021, el régimen capitaneado por Miguel Díaz-Canel no ha cejado en su propósito de suprimir la disidencia, instrumentalizándolo con detenciones masivas y absurdos procesos dizque judiciales en los que hasta menores de edad son condenados a cumplir largas penas en cárceles inhumanas. Ante ello muchos cubanos han preferido establecer su proyecto de vida en otras tierras.
Paradójicamente el incremento en la represión, y por ende de la migración forzada, se da en un momento en el que la Administración de Joe Biden, hace nuevos esfuerzos por negociar un modus vivendi con la isla. Tratativas que recientemente han redundado en la puesta en marcha de servicios consulares norteamericanos al país caribeño y la ampliación de vuelos comerciales estadounidenses hacia el mismo.
Por Nehomar Hernández | Caracas
Apareció primero en La Gaceta de la Iberosfera
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