La crisis en Cuba se manifiesta en cada esquina de La Habana, donde los basureros improvisados crecen sin control, reflejando el abandono absoluto de un régimen que ha demostrado su incapacidad para administrar hasta las necesidades más básicas de la población. El colapso de la recolección de desechos y el severo desabastecimiento de agua son solo dos síntomas de un sistema corroído por la ineficiencia, la burocracia y el desprecio por el bienestar ciudadano.
Mientras el gobierno cubano continúa justificando la crisis con el embargo estadounidense, la realidad es que los problemas más acuciantes del país—como la recolección de basura—son resultado directo de décadas de mala gestión estatal y prácticas administrativas obsoletas.
Los datos oficiales de Servicios Comunales muestran la magnitud del problema: La Habana genera más de 30.000 metros cúbicos de basura al día, pero solo el 57% de los equipos de recolección están operativos debido a daños mecánicos y falta de repuestos.
Lo que el régimen no menciona es que la crisis del sector no es nueva, sino el resultado de años de negligencia.
El deterioro de la infraestructura en la isla es alarmante, y el problema de la basura no es una excepción. Un recorrido por barrios como Centro Habana, La Habana Vieja, 10 de Octubre o La Lisa muestra el mismo patrón de abandono estatal.
Los contenedores desbordados son un testimonio de la incapacidad del gobierno para ofrecer soluciones efectivas, y la excusa de la falta de recursos pierde validez cuando se observa la eficiencia con la que la élite castrista sigue disfrutando de lujos que el ciudadano común ni siquiera puede imaginar.
La acumulación de desechos no es solo un problema estético o de infraestructura, sino una amenaza directa para la salud pública. Enfermedades como el dengue, el zika, la fiebre oropouche y la leptospirosis han resurgido en la capital y otras provincias del país, propagadas por los vectores que encuentran en la basura su caldo de cultivo ideal.
A esto se suma la escasez de agua, que ha llegado a niveles críticos en varias zonas de La Habana y otras provincias como Santiago, Holguín y Villa Clara.
La falta de agua no solo agrava las condiciones sanitarias, sino que también obliga a los ciudadanos a racionar su uso, afectando su higiene personal y la limpieza de sus hogares.
En este contexto, las protestas y quejas se han multiplicado en redes sociales y en la calle, aunque el miedo a la represión impide manifestaciones de gran escala como las de julio de 2021.
Sin embargo, la indignación es palpable, y cada cubano sabe que la crisis no se debe únicamente a factores externos, sino a la corrupción y el desinterés de una cúpula que sigue priorizando su control absoluto sobre cualquier intento de mejora real.
El gobierno insiste en culpar al embargo estadounidense y a la crisis global, pero la verdad es que Cuba lleva más de seis décadas repitiendo el mismo modelo económico y administrativo fracasado.
Mientras la élite castrista continúa viviendo en su burbuja de privilegios, los cubanos de a pie se ven obligados a convivir con montañas de basura, enfermedades y una infraestructura en ruinas.
La Habana, nuestra hermosa Habana, una ciudad que alguna vez fue símbolo de cultura y esplendor, hoy es el reflejo del fracaso de un sistema que ha condenado a su gente al abandono y la miseria.
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