Ni pan, ni libertad: Delincuencia es lo que toca

El Observatorio Cubano de Análisis Criminal (OCAC) ha puesto números a lo que los cubanos experimentan a diario en sus barrios. Durante el primer semestre del año, los asesinatos aumentaron un alarmante 111%, las agresiones físicas un 290% y los robos un 208%. Estas cifras no son meras estadísticas, sino el reflejo de una sociedad al borde del colapso donde la violencia se ha normalizado como mecanismo de supervivencia.

En La Habana, la Finca de los Monos se ha convertido en escenario recurrente de enfrentamientos violentos. El caso de Ceballos, en Ciego de Ávila, conmocionó a la nación cuando un asesino múltiple acabó con la vida de varias personas sin que las autoridades pudieran prevenirlo. El emblemático Parque Trillo, otrora símbolo del «socialismo feliz», es hoy territorio donde reinan los homicidios. Y en Bayamo, el brutal apuñalamiento de un adolescente evidenció que ni los más jóvenes están a salvo de esta espiral de violencia.

La respuesta oficial oscila entre la negación y la contradicción. La Fiscalía General de la República, fiel a la tradición orwelliana del régimen, niega categóricamente que exista un aumento en los homicidios, contradiciendo no solo las cifras del OCAC sino los testimonios de miles de cubanos que han presenciado o sufrido directamente esta violencia. Es la vieja estrategia comunista: negar la realidad hasta que esta se vuelve innegable.

El régimen castrista, que no ha dudado en endurecer leyes para reprimir las manifestaciones pacíficas y silenciar a los opositores, se muestra impotente frente a la criminalidad real.

Sus fuerzas policiales, tan eficientes para detener a un joven por publicar un meme crítico en redes sociales, son incapaces de prevenir feminicidios o robos violentos. Esta contradicción delata las verdaderas prioridades de un gobierno que considera más peligroso a un bloguero disidente que a un asesino en serie.

Los expertos en seguridad ciudadana coinciden en señalar las causas estructurales de esta crisis. El colapso económico ha agudizado la pobreza hasta niveles inimaginables, creando un caldo de cultivo perfecto para la delincuencia.

La represión sistemática ha destruido el tejido social, eliminando los mecanismos comunitarios de prevención del delito. Y la ausencia total de oportunidades ha dejado a millones de cubanos, especialmente jóvenes, sin más horizonte que la delincuencia o la emigración.

El caso reciente de un niño asaltado cuando se dirigía a su escuela en San Miguel del Padrón, ilustra perfectamente esta dramática realidad. Los delincuentes le arrebataron su mochila y arrojaron sus libros a la calle, en una metáfora involuntaria pero muy poderosa de lo que el régimen hace a diario con el futuro de toda una generación.

La madre de la víctima, cuya identidad protegemos, expresó en redes sociales su alivio porque su hijo no sufrió daños físicos, pero planteó una pregunta que resuena en cada hogar cubano: «¿Es así como tienen que vivir nuestros hijos, con miedo de caminar por su propio barrio para ir a la escuela?».

Su publicación generó más de 140 comentarios en Facebook, una avalancha de solidaridad pero sobre todo de indignación colectiva. «Mientras nuestros hijos son asaltados, los policías están ocupados reprimiendo a quienes piden libertad», escribió un usuario, resumiendo el sentir general. Otro fue más directo: «Las calles ya no son de los revolucionarios como dice el régimen, son de los delincuentes».

Mientras el ministro del Interior insiste en televisión nacional que «la criminalidad está disminuyendo gracias a las políticas revolucionarias», los hechos cotidianos como el asalto a este menor desmienten la narrativa oficial. Esta disonancia entre propaganda y realidad está erosionando los últimos vestigios de legitimidad del régimen entre una población que ya no teme expresar su descontento.

Cuba se enfrenta así a una encrucijada histórica. El monopolio de la violencia, que en cualquier Estado moderno corresponde a las fuerzas del orden, se ha fragmentado y distribuido entre actores criminales ante la mirada impotente o indiferente de un régimen más preocupado por su supervivencia que por la de sus ciudadanos. Es el fracaso definitivo del experimento socialista en la isla: ni pan, ni libertad, ni seguridad.

Acerca de Abel Santiago 16 Articles
Community Manager. Se inició en el mundo editorial en 1994. Posteriormente se adentró en el mundo digital desarrollando numerosas plataformas y campañas en línea, y colaborando en la creación y edición de contenido editorial y promocional. Apasionado de José Martí y de la verdad.

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