En un supermercado de La Habana, una cajera entrega caramelos como cambio por falta de centavos de dólar, mientras de fondo suena irónicamente «La vida es un carnaval» de Celia Cruz. Esta escena, aparentemente trivial, simboliza la profunda transformación y las contradicciones que vive Cuba en su acelerado proceso de dolarización, una medida que está reconfigurando el tejido social de la isla y exponiendo las grietas de su sistema económico.
La nueva política monetaria del gobierno cubano, ejemplificada por la apertura de establecimientos que solo aceptan dólares en efectivo y tarjetas internacionales, está creando una sociedad cada vez más estratificada. La misma moneda que alguna vez fue motivo de encarcelamiento ahora determina el acceso a bienes básicos, dividiendo a la población entre quienes tienen acceso a dólares y quienes subsisten con moneda nacional.
El testimonio de Linda Levy, quien viajó dos horas desde Cárdenas hasta La Habana para visitar el nuevo supermercado dolarizado, ilustra la frustración generalizada: «No se puede pagar con Visa, no se puede pagar con euro. Solo con dólar. Es una tienda americana. Aquí es money-money y el cubano no tiene eso». Su queja revela no solo la dificultad práctica de acceder a estos establecimientos, sino también el profundo malestar social que genera esta política.
La dolarización se extiende más allá de los supermercados, abarcando gasolineras, tiendas turísticas e importaciones de empresas privadas. El gobierno justifica esta medida como vital para captar las divisas necesarias para importaciones esenciales, en un país que depende del exterior para el 80% de sus necesidades. Sin embargo, el contraste entre establecimientos dolarizados bien surtidos y tiendas en moneda nacional con estantes vacíos evidencia la creciente desigualdad que esta política está generando.
La paradoja se hace más evidente cuando el gobierno afirma que el objetivo final es «desdolarizar» una vez que se haya asegurado el flujo de divisas en el sistema bancario cubano. Como señala el economista Pavel Vidal, esto podría ser un objetivo inalcanzable: «Una vez que abres la caja de Pandora de la dolarización, la mayoría de los mercados y sectores económicos van a querer engancharse ahí», advierte, señalando que este sector se convertirá en la parte más dinámica de la economía.
La relación del régimen con el dólar refleja una historia de contradicciones y ajustes forzados: desde su despenalización en los noventa, pasando por la introducción del CUC, hasta la actual moneda virtual MLC, para finalmente volver al dólar efectivo. Esta secuencia de cambios monetarios evidencia la falta de una estrategia coherente y sostenible.
La doctora Tamarys Bahamonde señala un error fundamental en este enfoque: intentar replicar soluciones de los años noventa en un contexto completamente diferente. «No se pueden esperar los mismos resultados, porque la Cuba de los noventa no es la Cuba de los 2020», afirma, subrayando que la dolarización actual evade el problema estructural del sistema económico cubano.
El mercado informal, que según cifras oficiales mueve unos 2.000 millones de dólares, continúa ganando terreno al Estado, demostrando la ineficacia de las medidas gubernamentales. La crisis que azota al país desde hace más de cuatro años, caracterizada por la escasez de productos básicos y una inflación galopante, solo se profundiza con estas políticas que, lejos de resolver los problemas estructurales, están creando nuevas formas de exclusión social.
La dolarización forzada de Cuba representa así no solo una medida económica desesperada, sino también un factor de profundización de las desigualdades sociales y un síntoma de la incapacidad del régimen para implementar reformas estructurales efectivas. Mientras tanto, los cubanos siguen divididos entre quienes pueden acceder al «carnaval» del consumo en dólares y quienes deben conformarse con los caramelos del cambio.
Be the first to comment