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La dignidad humana no termina con la muerte. Este principio fundamental, reconocido en todas las sociedades civilizadas, enfrenta una crisis sin precedentes en la Cuba de hoy. El sistema de servicios funerarios cubano se ha convertido en un reflejo de la descomposición del modelo de gobierno que lo creó.
En primer lugar, existe una escasez crónica de ataúdes, hoy convertidos en artículos de lujo en el mercado negro. Las funerarias por otra parte se caen a pedazos: edificios deteriorados, con sistemas de refrigeración deficiente y carentes de un mantenimiento estructural mínimo, han convertido la despedida a un ser querido en una verdadera pesadilla.
Los cementerios, campos santos en nuestra tradición, sufren un abandono endémico, con tumbas profanadas a diario y monumentos vandalizados, robo de restos mortuorios para fines religiosos y en el mas oscuro se los escenarios: cacería de tesoros.
Esta crisis revela una verdad fundamental sobre el sistema de gobierno cubano: su fracaso no es solo económico o político, sino profundamente moral. La incapacidad de proporcionar servicios funerarios básicos representa la última negación de derechos en un sistema que ha despojado sistemáticamente a sus ciudadanos de toda dignidad, desde el nacimiento hasta la muerte.
Esta realidad desgarradora debe servir como llamado dirigido a aquellos que aún defienden el modelo cubano como una alternativa viable. Cuando un sistema es incapaz de garantizar algo tan básico como un cepelio digno, ha perdido toda legitimidad moral para gobernar.
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