
La muerte de Yoleisy Oviedo Rodríguez en la prisión de El Guatao este 11 de febrero revela, una vez más, la cruel realidad del sistema penitenciario cubano: una máquina de tortura y muerte.
Oviedo, quien cumplía una condena de cinco años por el «delito» de manifestarse contra los apagones en Güines, Mayabeque, se convierte en el rostro más reciente de la represión del regímen . Su único crimen: alzar la voz contra las penurias que sufre el pueblo cubano.
«Estuvo enferma durante meses sin recibir atención médica adecuada», denunció el activista Alejandro Garlobo. La escena desgarradora de su hijo acudiendo a reclamar el cuerpo refleja la crueldad de un sistema que persigue hasta la muerte a quienes se atreven a disentir.
Esta muerte no es un caso aislado. En apenas dos semanas de febrero, cuatro reclusos han perdido la vida en las cárceles cubanas: Hugo Sarmiento Socarrás, Giovanis Ortega, Irai Nieto y Yankiel Justiz Despaigne. Las causas varían entre «suicidio», tuberculosis y «extrema desnutrición», según documentó Cubalex.
«El Estado cubano es responsable de la vida y la integridad de las personas bajo su custodia», señala Cubalex en su informe, que documenta 56 muertes bajo custodia estatal entre enero de 2022 y enero de 2024. De estas, 34 corresponden a reclusos.
Las condiciones en las prisiones cubanas son deliberadamente inhumanas: Hacinamiento extremo, desnutrición sistemática, falta de atención médica, Insalubridad crónica y escasez de agua potable.
El caso del destacamento No. 2 de Boniato, conocido como el «piso de los bajo peso», ejemplifica la política de exterminio silencioso que aplica el régimen. Allí, la desnutrición y el abandono se han convertido en sentencias de muerte. Justicia 11J ha documentado la muerte de al menos cuatro reclusos condenados por participar en las protestas: Luis Barrios, Yosandri Mulet, Giraldo Díaz y Manuel de Jesús Guillén.
«Estas no son muertes, son asesinatos por omisión», declara bajo anonimato un ex funcionario de prisiones. «El régimen utiliza la negligencia médica como forma de eliminación de opositores».
La muerte de Yoleisy Oviedo Rodríguez y las demás víctimas del sistema penitenciario cubano demuestran que, para la dictadura castrista, las cárceles no son centros de rehabilitación sino instrumentos de terror político donde la muerte por negligencia se ha convertido en una forma más de represión.
Mientras el régimen continúa negando el acceso a observadores internacionales de derechos humanos, las cárceles cubanas siguen operando como centros donde el abandono médico y las condiciones infrahumanas se convierten en instrumentos de tortura.
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