Por qué me hice anticastrista

¿Por qué me hice anticastrista? ¿Por qué, desde muy joven, me opuse al castrismo, primero con una rebeldía existencial suicida y luego, con valor sereno, intenté trabajar junto a otros cubanos por la libertad?

Porque detesto la prepotencia con la que Fidel Castro trataba a los débiles, una actitud que aún mantienen sus seguidores. Porque desprecio la sumisión con la que se inclinaba ante los poderosos, una práctica que sus herederos perpetúan. Porque el hombre que decía defender la soberanía nacional jamás exigió seriamente la salida de una potencia extranjera que usurpaba un pedazo de nuestro territorio. Peor aún, entregó nuestro suelo como base para cohetes nucleares y tropas de ocupación, además de permitir que otras potencias instalaran sus propias bases en Cuba.

Lo detestaba porque todos aplaudían cada uno de sus gestos, porque su palabra irrefutable se grababa en las tablas de la ley, porque “lo dijo Fidel” era argumento suficiente para cualquier cosa. Lo detestaba, y detesto a sus herederos, porque eran —y siguen siendo— tipos sin gracia, chantajistas, manipuladores, mentirosos, hipócritas, abusadores, ventajistas, criminales y ladrones. Porque no honraban la amistad y, si llegaba el momento, delataban no solo a un amigo, sino también a su propia madre con tal de salvarse.

Por eso detestaba a Fidel Castro y detesto a sus herederos. Porque desprecio al miserable que es arrogante con el débil y sumiso ante el poderoso. ¡Lo detesto!

Me hice anticastrista, y anticastrista militante, porque rechazo a todo aspirante a mesías que actúe como ellos. Por eso me dan pena sus discípulos desprevenidos y las hordas de fanáticos que, como en Cuba, dieron forma a algo terrible de lo que aún no logramos desprendernos.

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