
Nacido en 1967 en Santa Clara, José Gabriel Barrenechea se formó como intelectual en la Cuba revolucionaria, graduándose en Historia por la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas. Lejos de los circuitos oficiales, construyó una carrera como pensador independiente que lo situó en un espacio incómodo: ni contrarrevolucionario extremo ni seguidor acrítico del régimen.
Barrenechea representa una corriente de pensamiento reformista cubano que, desde dentro y reconociendo los logros sociales de la Revolución, ha señalado sus contradicciones y propuesto cambios estructurales para democratizar el sistema sin desmantelarlo. Esta posición matizada lo convirtió en una voz respetada entre sus vecinos de Encrucijada, donde se estableció hace más de una década para cuidar de su madre anciana.
Su trabajo en medios digitales independientes como Havana Times y Diario de Cuba, junto con su blog personal «El Dios de las Pequeñas Cosas», le permitió desarrollar análisis políticos, económicos y culturales sobre la realidad cubana. Sus textos, aunque críticos, siempre mantuvieron un tono reflexivo y propositivo, alejados de la confrontación directa.
«José Gabriel nunca fue un activista en el sentido tradicional», explica Reinaldo Escobar, periodista independiente que lo conoce desde hace años. «Es un intelectual que cree en la transformación mediante ideas, no mediante la agitación callejera. Por eso resulta tan absurdo que esté preso por supuestamente incitar al desorden».
La vida en Encrucijada
El municipio de Encrucijada, con apenas 33,000 habitantes, se convirtió en noviembre de 2024 en símbolo involuntario de la crisis estructural que atraviesa Cuba. La combinación de apagones prolongados, escasez de alimentos básicos y medicamentos, y el deterioro de servicios públicos había llevado a la población a un estado de desesperación silenciosa.
Los centrales azucareros que antaño fueron motor económico de la región —como el «Quintín Banderas» y el «Abel Santamaría»— operaban a mínima capacidad. El transporte público prácticamente había desaparecido, y las tiendas estatales exhibían estantes vacíos mientras en el mercado informal los precios se disparaban más allá del alcance de jubilados como Zoila Esther.
En su último artículo publicado antes de su arresto, titulado «Jesús Menéndez y los hermanos Santamaría protestan en Encrucijada», Barrenechea utilizaba con agudeza la metáfora de la luz como símbolo multidimensional: «La luz no es solo la electricidad que nos falta en los hogares, sino la claridad que se niega en los discursos oficiales, el resplandor de dignidad que merecemos como ciudadanos, el alivio que nunca llega». Este texto profético anticipaba lo que ocurriría días después en las calles de su pueblo.
La protesta
El 7 de noviembre de 2024 comenzó en Encrucijada lo que parecía un apagón rutinario más. Pero cuando se cumplieron 24 horas sin electricidad, con alimentos descomponiéndose en refrigeradores inútiles y el calor sofocante de noviembre haciendo imposible el descanso, la paciencia colectiva empezó a agrietarse.
La noche del 8 de noviembre, al cumplirse 48 horas sin electricidad, aproximadamente 200 vecinos —principalmente familias con niños pequeños y ancianos— salieron espontáneamente a la calle principal de Encrucijada. No portaban carteles ni coreaban consignas políticas; simplemente hacían sonar cazuelas y reclamaban la restauración del servicio eléctrico.
Testigos presenciales confirman que Barrenechea no organizó ni lideró la protesta. Por el contrario, cuando notó que la tensión aumentaba ante la llegada de un contingente policial, salió de su casa y se colocó entre ambos grupos, instando a la calma y proponiendo que se designaran tres representantes para dialogar con las autoridades locales.
Las imágenes difundidas en redes sociales —antes de que se interrumpiera el servicio de internet en la zona— muestran a Barrenechea con las manos en alto, pidiendo tranquilidad tanto a manifestantes como a policías. Se le escucha decir: «Vamos a resolver esto civilizadamente, somos vecinos, no enemigos».
Sin embargo, a las 11:38 p.m., cuando la protesta comenzaba a disolverse tras el anuncio de que se restablecería parcialmente el servicio eléctrico, tres agentes de civil detuvieron a Barrenechea, lo esposaron y lo introdujeron en un auto sin identificación oficial.
De mediador a acusado
La familia de Barrenechea pasó tres días sin conocer su paradero exacto hasta que finalmente les notificaron que estaba detenido en la prisión provincial «La Pendiente» en Santa Clara, bajo cargos de «desorden público» y «atentado contra la autoridad».
El expediente judicial, al que este medio tuvo acceso parcial, revela las contradicciones del caso. Mientras los testimonios de testigos y los propios videos muestran a Barrenechea como mediador pacífico, la acusación lo señala como «instigador principal» que «incitaba a la población a manifestarse contra el gobierno revolucionario».
La fiscalía provincial solicitó inicialmente una pena de entre 3 y 8 años de prisión, apoyándose en una interpretación extensiva del artículo 200 del Código Penal cubano, que tipifica como delito «los actos que perturben el orden público». El caso evidencia una vez más cómo el sistema judicial cubano funciona como extensión del aparato represivo estatal.
«Es una perversión completa del derecho», señala bajo anonimato un abogado habanero. «En cualquier sistema jurídico mínimamente independiente, las pruebas videográficas exonerarían a José Gabriel. Pero aquí, esas mismas pruebas son interpretadas en su contra, ignorando deliberadamente el contexto».
Tras cinco meses en prisión preventiva, Barrenechea aguarda juicio en condiciones que su familia califica como «infrahumanas»: celdas sobrepobladas, acceso restringido a medicamentos para su hipertensión y limitaciones extremas para la comunicación con el exterior. Una vez más, el castrismo saturnino devora lentamente a uno de sus hijos.
La madre
«Mi hijo no es político, mi hijo es un intelectual», repite incansablemente Zoila Esther mientras muestra fotografías de José Gabriel en su juventud. A sus 84 años, con problemas cardíacos y movilidad reducida, la anciana ha visto deteriorarse dramáticamente su salud desde la detención de su hijo.
«Éramos él y yo contra el mundo», dice con voz quebrada. «Él cuidaba de mí, me leía por las noches cuando fallaba la electricidad, conseguía mis medicinas… ahora estoy sola, enferma y sin nadie que me ayude».
Las visitas familiares a la prisión son limitadas y complejas. El hermano menor de José Gabriel, residente en Cienfuegos, debe viajar tres horas en transporte público irregular para visitarlo quincenalmente, y luego otras tres horas para visitar a su madre en Encrucijada. Los recursos económicos se agotan, y la salud de Zoila Esther empeora.
«Lo que más me duele», confiesa la anciana mientras muestra la habitación intacta de su hijo, con libros cuidadosamente ordenados, «es pensar que puedo morirme sin verlo libre. Esta no es justicia, es crueldad con un hijo bueno y con una vieja que no le ha hecho mal a nadie».
Silencio oficial y solidaridad internacional
El caso Barrenechea ilustra el tratamiento diferenciado de la información en Cuba. Mientras la prensa oficial (Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores) ha mantenido absoluto silencio sobre su detención y proceso judicial, medios independientes dentro y fuera de la isla han documentado el caso, enfrentando obstáculos para acceder a fuentes y verificar información.
«La protesta de Encrucijada ni siquiera existió para los medios estatales», explica un periodista independiente que solicitó anonimato. «Y si la protesta no existe oficialmente, tampoco existe la represión posterior».
La solidaridad con Barrenechea se ha manifestado principalmente a través de redes sociales y canales independientes. Organizaciones como Amnistía Internacional y el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) han incluido su caso en informes sobre la situación de libertad de expresión en Cuba, clasificándolo como «preso de conciencia» y «periodista encarcelado por su labor informativa».
Sin embargo, las muestras de apoyo dentro de Cuba están sometidas a vigilancia. Vecinos de Encrucijada reportan presencia continua de agentes de Seguridad del Estado en las inmediaciones de la casa de Zoila Esther, y al menos dos personas que intentaron organizar una vigilia pacífica por la liberación de Barrenechea fueron citadas por la policía y advertidas sobre las «consecuencias legales» de tales acciones.
Cuando se apaga la luz
«La luz, Gabriel, la luz». Los versos del poeta cubano Sigfredo Ariel adquieren resonancia profética en el caso Barrenechea. Lo que comenzó como una protesta por la falta de electricidad se ha convertido en símbolo de cómo el régimen cubano apaga sistemáticamente las voces que reclaman derechos básicos.
La luz que defendía Barrenechea en sus escritos trasciende lo material: representa la transparencia en la gestión pública, la libertad para expresar inconformidad, el derecho ciudadano a exigir servicios básicos sin temor a represalias, la dignidad humana fundamental.
Su caso no es aislado. Actualmente hay más de 1,000 presos políticos en Cuba, muchos de ellos detenidos tras las protestas del 11J de 2021 y otras manifestaciones provocadas por los apagones y la escasez. La peculiaridad del caso Barrenechea radica en su perfil intelectual moderado y en el absurdo jurídico de encarcelar a quien intentaba mediar y evitar confrontaciones.
Este caso revela las contradicciones de un sistema que proclama defender al pueblo mientras encarcela a quienes pacíficamente reclaman derechos básicos. Un sistema que prefiere apagar voces antes que encender el diálogo, que responde con represión donde cabría negociación, que interpreta como subversión lo que en realidad es ejercicio legítimo de ciudadanía.
Mientras tanto, en una pequeña casa de Encrucijada, su madre espera. Cada tarde, cuando el sol se pone, enciende una vela junto a la foto de su hijo y recita en silencio los versos que él tanto admiraba: «La luz, Gabriel, la luz». Una luz que, a pesar de todos los intentos por extinguirla, sigue brillando en la resistencia de quienes, como José Gabriel Barrenechea, se atreven a brillar en la oscuridad.
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